martes, 31 de julio de 2012

Terreno inexplorado

En todo el universo conocido y por conocer, en la realidad general, siempre se nos escapa algo. Hay ciertos aspectos de lo que nos rodea que nos son difíciles de disgregar y estudiar, que no podemos concebir como una realidad porque sí, porque tienen más trasfondo. 

La infinidad de preguntas que nos surgen ante cualquier cosa nos dan la capacidad de avanzar y de evolucionar para desarrollarnos en el medio en el que nos encontramos. En una sociedad de conocimiento, de búsqueda de la verdad. La filosofía se encarga de eso, de buscar la verdad de la realidad, el origen oculto del pensamiento y del mundo.

Nos empeñamos en este sentido en buscar lo que hay más allá, fuera, en otros planetas y otras galaxias. En estudiar los organismos más pequeños, y las supernovas más enormes. No nos paramos a pensar en dónde está el origen de nuestro pensamiento, lo que nos hace ver de una forma esos objetos de estudios que otras personas no ven, donde reside el espíritu científico. La mente, esa gran desconocida de la historia, la gran realidad indesenrredable que no ha sido estudiada en profundidad. Permite el uso de nuestro razonamiento y la deducción, pero somos tan incapaces de saber su funcionamiento exacto como de teletransportarnos. 

Nos creemos dueños de nuestra propia mente, y no es así. Como ya pasó por nuestro infinito narcisismo, aparecen pensadores que nos abren los ojos y nos privan de parte del ego. Ya sea Darwin demostrándonos que procedemos de otras especies, o Copérnico poniendo un ojo en el firmamento para mostrarnos cómo no estamos en el centro de la realidad. Freud nos saca del error de pensar que somos dueños completos de nosotros mismos, de pensar que podemos controlar toda nuestra mente y que sabemos todo de nuestro cerebro. El inconsciente es un arma poderosa, inexplorada. Un laberinto del que somos vasallos. Puede cambiar nuestro humor, nuestros gustos y nuestra fe.




 Y en su estudio, se puede aprender a controlarlo. El propio y el ajeno, dándonos poder sobre otros semejantes, permitiendo hacer que luchemos contra nuestra peor pesadilla: nosotros mismos.

martes, 10 de julio de 2012

Arde la calle

Dios, las vacaciones sientan de lujo. Uno no sabe lo que son de verdad hasta que se pasa todo un curso careciendo de esos benditos cinco días seguidos sin estudiar, porque resulta que siempre hay algún graciosillo que fija un examen a la vuelta de la esquina.

Ahora solo tengo ganas de tirarme en la cama, tirarme en la playa, tirarme en la piscina, ... todo lo que tenga que ver con tirarme (sí, en el mal sentido también). Leer, perfeccionar la técnica con la armónica, escuchar una y otra vez todos los vinilos que tengo, pasear, ir al mercadillo a buscar chorradas, viajar (de esto creo que me voy a hinchar),... y me caso con quien me compre una cámara instantánea o me enseñe un método reentable para usar mi reflex de carrete. 

Realmente es como lo que pasa en las películas, como lo que dije ya hace un par de entradas. Este es un momento para vivirlo al máximo, para descansar, y para hacer todo lo que se te ocurra con tus amigos. De "vamos a la playa" y vamos a la playa. De "nos pillamos una casa rural" y casa rural que nos pillamos. De "tío, vámonos a Mallorca" y en bicicleta si hace falta. Pasar un verano de los que se olvide todo lo que hemos aprendido en el curso, porque queremos olvidarlo aunque sea por unos meses. De acostarnos tarde, de disfrutar el día al cientodiez por cien, de escuchar música y de que cada momento vivido tenga su banda sonora.

Por lo pronto, hacer cosas nuevas, pero sin olvidar lo clásico. El autobús está subestimado, tiene que usarse más. Los vuelos low-cost, hay que aprovecharlos. Ir a donde sea, a donde no hayas estado antes (ese es el motivo por el que la gente viaja, ¿no?). Buscarse la vida con poco dinero y muchas ganas de pasárselo de puta madre. 

Poderse... se puede. Sin muchas ilusiones ni idealizaciones sobre cada cosa que se haga, sino que, simplemente, cada cosa sea llevada al máximo exponente. La vida mola mucho más con esos pequeños momentos que se hacen grandes, porque nosotros nos hacemos grandes con ellos en el presente y en el recuerdo.

Pero hay que empezar todo con un toque de toda la vida, una música que motive, que nos lleve hacia delante y que saque ese lado rockero que triunfa allá donde vaya.





Y lo repetiré: Chicos, este verano tenemos que SER LO QUE PASE EN NUEVA YORK.