lunes, 13 de febrero de 2012

Soy la rabia contenida de Jack.

«Veo mucho potencial, pero está desperdiciado. Toda una generación trabajando en gasolineras, sirviendo mesas o siendo esclavos oficinistas. La publicidad nos hace desear coches y ropas. Tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos, no hemos sufrido una gran guerra ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seríamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock. Pero no lo seremos, y poco a poco lo entendemos, lo que hace que estemos muy cabreados».

Así empieza Brad Pitt a motivar a los socios del brutal y cinematográfico Club de la Lucha. No le falta razón, vivimos a expensas de una realidad consumista y autoritaria con lo que debemos hacer y comprar. Nos dejamos llevar fácilmente por una moda o por un estilo concreto, a veces sin darnos cuenta siquiera. Por eso me jode que cuando le enseño a alguien una canción que me guste desde hace tiempo me digan "Ah, pero si esa es la canción de..." y más cuando son clásicos, o que no sepan más de The Sunday Drivers, Journey, o The Shins por su aparición en películas o anuncios.

No se puede buscar dentro de la televisión o el ordenador lo que queremos para nuestra vida. Nuestra ventana está abierta en la imaginación y en la calle. Conocer a gente (aunque a veces nos decepcionen), vivir experiencias, viajar... olvidarse de todo.

Como en la película, hay que admitir y aceptar que la vida conlleva dolor, y que no podemos evitarlo, hay que pasarlo. Siempre. Queramos o no. Decir las cosas claras, dejar el chocolate espeso, y a la mierda con la autodestrucción. Queda poco, y no tengo ganas de nada más que de meter cuatro gritos y esperar una reacción humana.

Ya sé que yo no soy precisamente perfecto, y eso me gusta, qué vida tan aburrida sería si no.


Soy la melancolía perdida de Jack.



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