miércoles, 23 de noviembre de 2011

Copenhage

Pasear por la calle es como ir a un gran escaparate gigante. Hay cientos de personas, cada una con sus sueños e ilusiones. Es como si, mientras andas, pudieras ver sobre sus cabezas una pequeña nube, como un bocadillo, en cuyo interior se encuentra una idea. Una idea que lucharán por conseguir,... o no.

No sé si es bueno o malo, pero al fijarme en cada una, me doy cuenta de que muchos se tienen a sí mismos, tal y como son, en un halo de idealización alcanzada. Sus aspiraciones se centran en conseguir mucho, llegar lejos, ganar dinero, y comprar, comprar y comprar cosas que realmente no necesitan. En sus nubes no hay otras personas, no parecen preocuparse de lo que quieren los demás, ni de sus recuerdos, ni de sus amigos, ni de a los que les importa, ... nada más allá de sus narices.

Lo peor es que me da pena, porque es gente que reconozco, que conozco... al menos eso creía. Aunque mi situación no es menos alentadora.

Mirar hacia arriba me deja un paisaje desolador, veo una nube vacía, y el motivo principal es porque no sé quién soy, qué quiero, o a dónde voy,... porque quiero cambiar más cosas de mí de las que seguramente podría llegar a pensar siquiera en un momento, porque no sé cómo ser mejor, porque haga lo que haga no parece que consiga nada, y de hecho, parece que lo empeoro por momentos.

Tan poco me gusta esto, que a veces preferiría ser como a los que veo, despreocuparme por los demás, pensar en mí,... y a la mierda con la autodestrucción.

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