jueves, 31 de enero de 2013

El fantasma de Luke Skywalker




"De repente, algo se precipita al vacío e impacta brutalmente sobre el capó de un Chevrolet color burdeos aparcado cerca de la 54 con la Octava, a escasos metros de donde me encuentro de pie, bajo la nieve, discutiendo por teléfono y completamente desesperado con una operadora de Delta Airlines.


BUM


Y las alarmas del coche sonando como si anunciaran el Apocalipsis.


¿Qué ha sido eso? me pregunta al otro lado del teléfono la voz delicada de Pam, la implacable operadora de Delta Airlines designada para amargarme la vida.


Mi primera reacción es pensar que se trata de un meteorito. La segunda, un suicida. La tercera, un fatal error de cálculo de Spiderman que le ha hecho acabar con sus huesos sobre aquel destartalado Chevrolet color burdeos.


Finalmente, el sentido común termina imponiéndose y compruebo (no sin una vaga sensación de decepción) que realmente se trata de una placa de hielo desprendida de la cornisa del rascacielos a mi espalda. Los viandantes, sin embargo, no parecen estar tan impactados como yo por lo que acaban de presenciar. De hecho, una chica que pasa a mi lado, bebiendo café humeante de un vaso de cartón y con unas orejeras de Hello Kitty, mira de pasada sin dar mayor importancia al asunto, tal vez pensando: Oh, ya es el decimocuarto coche que veo aplastado por un enorme trozo de hielo en lo que va de día. ¿Cuándo diablos pasará algo mínimamente interesante y efervescente en esta ciudad muerta?


Mientras me palpo para asegurarme que todo sigue en orden, pienso en lo absurdo que hubiera sido morir de esa forma. Desde luego, cuando uno alcanza cierta edad, ya ha desistido de ciertos sueños y utopías de la infancia, pero es cuestión de que la insólita causa de tu muerte se convierta en la noticia más leída de los periódicos digitales nacionales, ocupando un puesto de dudoso honor entre la mujer que trató de envenenar a su marido con veneno en la vagina y el joven brasileño que murió tras masturbarse 42 veces consecutivas. Pánico a una muerte rídicula, que cantaban los Def Con Dos.


Cambiar el vuelo que tengo a Washington, de repente, ya no me parece una prioridad. Así que cuelgo a Pam y me meto en el primer bar que veo para refugiarme de la nieve y de placas de hielo con tendencias suicidas. Carpe Diem.


El bar huele como tiene que oler un bar en Nueva York: a cerveza, a madera vieja y a alitas de pollo. Toda la clientela del bar está pendiente, completamente absorta, del televisor, como si fueran adoradores de una secta secreta en la que el aparato electrónico fuera su dios redentor. Están jugando los Yankees contra un equipo que no logro identificar. Mientras pido algo de beber al camarero, reparo en que realmente no todo el mundo está pendiente del televisor. Hay un tipo enfrente de mí que mira de reojo el televisor, de forma distraída e intermitente, sin mucho entusiasmo, mientras da largos tragos a su cerveza. De vez en cuando, alguien se le acerca para comentar alguna jugada o soltar un chascarrillo chistoso, lo que le hace esbozar una sonrisa forzada.


Conozco a ese tipo. De algo. Estoy seguro.


Estrujo mis neuronas buscando algún tipo de conexión. Estoy palpando a oscuras el interruptor de la bombilla en mi cabeza. Lo tengo cerca. Lo noto. Casi lo puedo paladear.


Y se hace la luz.


Maldita sea. No puede ser. Sí, sí… Creo que es él. Es… es… Luke Skywalker.


El mismísimo Luke Skywalker, natural del asteroide Polis Massa, hijo único de la senadora Padmé de Amidala, hermano de la Princesa Leia, sobrino de granjeros asesinados por las Tropas Imperiales, comandante de la Alianza Rebelde, compañero de fatigas de Han Solo, amo y señor de C3PO y R2D2, alumno aventajado de Obi-Wan Kenobi, aprendiz predilecto de Yoda y, sobre todo y por encima de todo lo demás, hijo de Darth Vader (y espero que esto último no suponga un spoiler para nadie).


Y ahí está. Mirada cansada. Bolsas de ojos. Ojeras. Hombros caídos. Una sombra de barba. Conato de tripa cervecera.


Es él. O lo que queda de él. No hay duda.


Y una pregunta me fulmina el cráneo.


¿Qué diablos fue de este tipo?


Muchas leyendas circulan sobre Mark Hamill, el actor que interpretó a Luke Skywalker. En los mentideros de Hollywood siempre se dijo que los productores de cine nunca se atrevieron a ofrecerle ningún papel relevante, temerosos de que nadie pudiera disociar su rostro del joven jedi. Sin embargo, con el pendenciero Han Solo, su compañero inseparable en las aventuras intergalácticas e interpretado por Harrison Ford, no tuvieron tantos remilgos y apostaron fuerte por él, lo que luego acabó derivando en una meteórica y exitosa filmografía.


También se dice que el brutal accidente de coche que sufrió el 11 de enero de 1977, durante el rodaje de Star Wars (tuvieron que adaptar el guión para justificar sus cicatrices), marcó su rostro y, de paso, su carrera.


Otras leyendas más morbosas (y de una más que dudosa credibilidad) sostienen que llegó a creerse que realmente él era un jedi encomendado a salvar el destino de la Galaxia, y uno se lo imagina como el Fantasma de la Ópera o el atormentado jorobado de Notre Dame, vagando por las galerías de los estudios de Hollywood, disfrazado de jedi y gritando y aterrorizando a las nuevas estrellas de cine.


La verdad es, por una cuestión u otra, su carrera no supo reponerse del fulgurante éxito de Star Wars. Dedicó el resto de su vida interpretativa a pequeñas obras de teatro y —con cierto éxito— a doblar villanos de series de dibujos animados, donde nadie le podía identificar como el jedi que un día fue. Muchos mantienen que Hamill fue el que ha dotado al Joker de Batman de una mejor voz, tras su trabajo en la serie animada Batman: The Animated Series.


Y ahí está.


¿Cuántas veces le habrá tocado aguantar a algún cretino con voz grave diciendo “Luke, soy tu padre”?


¿Cuántas veces se habrá preguntado si su carrera podría haber tomado un rumbo diferente?


Al poco tiempo, abandona el bar, tambaleándose ligeramente. Abre la puerta y se queda observando durante unos segundos la nieve caer de forma oblicua, en unos 45 grados perfectos. Se echa el pelo hacia atrás. Expulsa una nube de vaho por la boca y sale a la calle.


Jamás sabré a ciencia cierta si aquel tipo era realmente Mark Hamill. Tal vez era simplemente el fantasma de Luke Skywalker.


Y, mientras apuro mi copa, no puedo evitar imaginarme a un caballero jedi vagando por las calles nevadas de Nueva York, cimbréandose por el furioso viento mientras las hojas de periódico se le enroscan en los tobillos como los gatos abandonados de Nueva York, y gritando que un día fue grande, y que no hay nadie como él, ni en Nueva York, ni en Tatooine, y que sigue siendo el Rey, mientras amenaza a propios y extraños blandiendo un sable láser comprado en una tienda de disfraces.


El fotógrafo estadounidense Wilson Alwyn Bentley intentó, en 1885, encontrar un par copos de nieve iguales bajo el microscopio. No logró jamás dar con dos copos exactamente idénticos.


“Bajo el microscopio encontré que los copos de nieve eran milagros de belleza; y me pareció una pena que esa belleza no fuera vista y apreciada por otros. Cada cristal era una obra maestra de diseño y ningún diseño jamás se repetía. Cuando un copo de nieve se fundía, el diseño se perdía para siempre. Toda esa belleza se fue, sin dejar ningún recuerdo”.


Tal vez Luke Skywalker sea igual: un personaje único, fugaz e irrepetible. Como un copo de nieve.


Que la fuerza te acompañe, Luke."






(Holden Caulfield - http://www.jotdown.es/2013/01/el-fantasma-de-luke-skywalker/)

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